Mi vida es algo monótona. Cuando a los 18 años te enfrentas a la cruda realidad de las obligaciones, deseas que todo pinte para bien. Soy de una familia con valores algo flexibles, que gracias a ello me han dado una perspectiva algo incrédula de la vida. La suerte no existe, son solo casualidades del destino. Causa y efecto. Nada proviene tan solo por desearlo. Y así lo aprendí. Después de pasar años tratando de llegar a la cima del esfuerzo, por fin me hallaba en el rumbo correcto, aunque después de lograr la estabilidad tan deseada en tiempos anteriores, ahora estaba en un completo lapso de coma...
Realmente mi vida se hallaba en un estado vegetativo. Había conseguido demasiadas cosas por las que había luchado, y ahora, siendo tan joven, parecía que entraba en una etapa de conformismo. Mi trabajo me llenaba, pero no me daba más expectativas. Mi vida sentimental siempre había estado por los suelos, y este año no había sido la excepción. Y mi vida familiar transcurría con las dificultades normales de una familia con adolescentes.
Y en uno de esos momentos en los que parecía que nada me sorprendería, sucedió aquella extraña aparición. Y ahora estaba ahí, observándola como parecía dormir placidamente. Aunque lo que mas me intrigaba era lo que había estado detrás de mi puerta. Esos extraños sucesos que hicieron sentir un caudal de adrenalina, nunca antes presenciados en mí ser. El miedo, la emoción, el terror, la curiosidad, la sorpresa y la duda se mezclaban y agolpaban sobre mi mente. No sabia que hacer, solo pensaba y buscaba respuestas a lo que había sucedido, sin antes haberme percatado de un detalle.
Mirándola descansar, sobre mi cama, me di cuenta de que había algo que me llamaba mucho la atención de aquella extraña. Desde aquella mirada lo note. Y ahora no dejaba de observarla, detenidamente. Una y otra vez recorría su rostro intentando descifrar el enigma de aquella chica.
De pronto abrió sus ojos, y su mirada se instalo en mí. Esos ojos, azules, no dejaban de mirarme, su rostro no se inmutaba, solo sus ojos expresaban algo que no podía entender. De pronto se comenzó a levantar lentamente, y en un latido estaba frente a mí, con sus manos sobre mi cuello y su mirada inquietante. Y repitió de nuevo aquellas palabras:
- Quiero algo helado…. – Dijo con cierto dejo de ternura.
- Solo tengo nieve - alcance a responder. Y ella asintió con una sonrisa.
- Espera un momento, vuelvo en seguida – baje rápidamente y tome aquel envase lleno de helado que un día atrás había comprado, y siendo egoístas, no pensaba compartirlo con nadie, pero dadas las circunstancias, debía hacerlo. No sabría como reaccionaria, tal vez era una desequilibrada y podría hacerme daño, o estaba confundida, que se yo. Mi única preocupación en ese momento era que el helado fuera de su agrado, y no podía explicarme porque algo tan intrascendente me podría importar tanto en ese momento.
Subí rápidamente y ella estaba sentada frente a mi laptop. Observe que escribía rápidamente, y pensé que tal vez enviaría un e-mail. Cuando mire la pantalla, solo escribía unos y ceros, el lenguaje maquina, pero no era al azar. Parecía que sabia lo que hacia, como hace unos momentos lo había hecho con el teléfono y el televisor.
De pronto se giro y alzo la mano pidiendo el helado. Empezó a comerlo lentamente, lo saboreaba a cada cucharada y por unos momentos dejo su tensa actividad y se deleitó como una niña. Me senté a su lado, intentando poder iniciar la conversación con aquella extraña, pero no me atrevía a arruinar su ritual.
Se volvió hacia mí, y con un gesto de amabilidad dijo – gracias -.
-De nada – respondí. Repentinamente, mi laptop empezó a emitir intensas luces que jamás había visto en una maquina normal. Eran de color azul, un azul muy metálico y los destellos tenían cierto patrón. Y así como aparecieron, se esfumaron. Y volvió a su estado normal, solo que ahora donde estaba esas combinaciones de unos y ceros estaba ahora extraños signos, de un tipo cuneiforme, muy extraños. Y las luces comenzaron de nuevo, aunque ahora con más rapidez. Estaba hipnotizado observándolas cuando volvieron a desvanecerse. Y ahora estaba un escrito en español. Y quise comenzar a leerlo, pero antes me volví hacia ella, pensado que le molestaría, pero no me prestaba atención, pues seguía absorta en su labor.
Volví la mirada, y la máquina se había apagado, solo alcancé a mirar de reojo las primeras palabras, que decían: “La Esperanza ha muerto.”.