martes, 7 de agosto de 2007

I

Sábado por la tarde. Sin ni obligaciones particulares. El televisor y yo. La peor o la mejor de las compañías, según sea el caso. Más que observar, me limitaba a ver lo que ocurría sin prestar la menor atención. Esperaba encontrar algo que me sacara del aburrimiento en el que estaba sumido, aunque mi cuerpo parecía no quererlo así.

Una pequeña habitación, con un tenue color amarillo que la hacia muy luminosa, un viejo retrato que me hacía pensar que la ignorancia es sinónimo de felicidad, el implacable ruido del ventilador, el televisor frente a mi y el control sobre mi mano. Vestía algo cómodo, de acuerdo a la ocasión, pues no tenía planes para este día.

Esperaba que sonara el celular. Pero no sucedía así. El sueño empezaba a entremezclarse con el aburrimiento y hacia presa de mis sentidos. Entre largos y pequeños bostezos me balanceaba, dejándomer llevar por las circunstancias.

De pronto, el ansiado timbre hizo acto de presencia. Salgo de mi letargo y miro fijamente el celular. Numero desconocido, adiós a la emoción. Pensé en no contestar, creyendo que tal vez sería algo sin importancia, pero ya que estaba de nuevo en mis sentidos, contesté con desgano.

- ¿Bueno, quien habla? - y nadie respondió,
Lo hice por segunda vez, y las cosas no cambiaron. - Gente sin que hacer, que forma tan estúpida de desperdiciar tiempo y dinero- pensé.

Cuando estaba a punto de colgar, aquel dejo el anonimato.
- No es bueno estar cambiando de canal-, respondió con voz pausada.
- Mire amigo, no estoy para bromas, así que váyase al carajo.-

Termine la llamada, y miré por la ventana. Había permanecido todo el tiempo cerrada, y ni siquiera estaba el volumen suficientemente alto para que algún vecino escuchara. Estaba sólo en casa, pero no había razón para temer, pues el día estaba en plenitud y pensé que podía haber sido algún bromista mezlado con la casualidad.
De pronto, alguien toca a la puerta. Miré por la ventana, pero no distinguí a nadie. La calle estaba extrañanemte sola, como si fuera un barrio abandonado. Bajé lentamente las escaleras y pregunté quien llama, pero nadie respondió.

Estaba frente a mi puerta, cuando escuché de nuevo los golpes sobre ella. Le advertí a quien estaba afuera que se identificara, y al no ver respuesta, decidí observar por mi ventana, pero nadie apareció.

- Tal vez sea el mismo bromista del teléfono - y entonces, con mucho enojo abrí decididamente la puerta, y con asombro, no hay nadie.

Cierro la puerta y escucho que golpean la puerta del patio. Avanzo unos pasos mientras pienso quien puede estar ahí. Es un patio, pero no da hacia ninguna calle, solo a la casa del vecino. Tal vez algo cayó por accidente y se brinco la barda, aunque eso no es muy bueno que digamos. Y ahora quiere pedir disculpas por ello. O pueden ser unos ladrones, y estoy solo.

Abro la puerta, no sin antes tomar mis debidas precauciones y no hay nada. Miro hacia la casa del perro, y este solo gruñía a la nada. Doy unos cuantos pasos y de pronto algo esta detrás de mi, respirándome en mi nuca. Con voz firme, sus palabras me quiebran la voluntad:
- Si respiras, te corto la garganta -

Miles de cosas surcan mi mente, mi vida entera se refleja hacia mi mismo. No podía gritar, no podía correr, no podía sentir. Estaba a la voluntad de aquel personaje, que sin duda seria el mismo que llamo hace unos momentos, aunque su voz no era del todo similar. No sentía, algún objeto sobre mi cuello, solo su respiración sobre mi nuca, podía moverme y asestarle un golpe que me permitiría correr o hacer algo para salir de la situación. Pero el pánico se apoderaba a cada instante de mí.

De pronto, sentí que me tomaba por el cuello, iba a morir, pensé. Espere lo peor, pero sus brazos se hicieron cada vez mas débiles. No quería voltear, me quede helado. Aspire valor, y gire esperando asestarle un golpe, sea donde fuere, iba a pelear, no me rendiría.

Observe, ahí estaba. Una joven de aproximadamente 20 años, largos cabellos rubios, bestia harapos muy extraños, un pantalón muy sucio y desgastado, sandalias de color negro y un saco con muchas hendiduras. Estaba boca abajo, la levante y observé detenidamente. Su rostro, su piel muy blanca, con facciones muy delicadas, no daba la impresión que aquel ser pudiera lanzar semejantes frases amenazadoras.

De pronto abrió los ojos, me miro fijamente. Nunca antes nadie lo había echo así, recorría cada parte de mi retina, me perdí en su miraba, no se porque. Notaba algo muy familiar en aquellos ojos, algo, que a pesar de la situación, me hacia sentir muy tranquilo.

Sorpresivamente, dobló mi brazo por la espalda y me obligó a entrar. Cerró la puerta y se dirigió hacia el teléfono, corto la línea y los contactos de los aparatos. Sabia lo que hacia. – Arriba - exclamo, no le reprochaba nada, estaba bajo su mando, que podía hacer. Además, algo me hacia confiar en ella. Subimos a mi recamara, cerro la puerta, y de pronto, algo hacia temblar las escaleras. No podía ser nadie, todo estaba cerrado. Las cortinas se habían tornado en un color negro muy intenso, y estaban selladas a las ventanas. No había forma de salir de allí. Y los pasos cada vez más cerca. La escalera retumbaba, y ella, solo cerró sus ojos y empezó a orar.

- ¿Que diablos estaba pasando?- dije en tono muy nervioso.
- ¡Cállate!, respondió amenazadoramente y prosiguió con sus rezos.

De pronto, algo estaba frente a mi puerta, parecía estar observando el ambiente, hasta que repentinamente la golpeó, una y otra vez, quería romperla, y solo escuchaba en breves momentos en que cesaban sus intentos, un terrible susurro, no sabia que hacer, y ella estaba muy tranquila.

Yo la observaba, solo oraba y yo sin poder hacer nada, todo parecía terminarse, estaba acabado, no sabia que sucedería, hasta que de pronto, el ruido se detuvo, y esa persona o cosa, bajo corriendo las escaleras y no se escucho mas.

Asome por las escaleras, mi puerta estaba rasgada como si algo con navajas lo hubiera hecho. Había rastros de algún líquido negro similar a la sangre alrededor de la puerta y por las escaleras.

Abrió los ojos y pregunto con voz muy suave: - ¿Estas bien?
Solo asentí con la cabeza, después dijo - Quiero algo helado –
- ¿Quien diablos es? - Me pregunte, pero no tuve mucho tiempo de meditarlo, ella perdió el conocimiento y quedo ahí, inerte, fatigada, y yo con mil dudas acerca de lo que sucedía.


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Un pequeño escrito originiado en mis tiempos de soledad. Ahi le continuaremos, hasta donde se pueda, saludos.